Algunos especialistas están hablando de “fatiga de la pandemia”. Dicho en otros términos: hay un cierto cansancio en la gente. Parece que lo que más cansa es la incertidumbre, el confinamiento, la angustia, la ansiedad. Un forma de neutralizar ese sentimiento podría ser olvidarse de todo lo que está sucediendo. Hacer como si nada hubiera pasado.
Pero la fatiga de la pandemia y los estados depresivos no son un invento de sociólogos y psicólogos. Son situaciones que la gente vive diariamente. Sobre todo aquellos más vulnerables, los que están en situación de precariedad laboral, y también los que corren el riesgo de quedarse sin trabajo. Y, si bien hay buenas noticias en cuanto a la investigación científica (vacunas), los mismos investigadores nos señalan que no debemos relajarnos. El virus sigue estando aquí y sus huellas siguen actuando: angustia, ansiedad, depresión, incertidumbre, miedos, inseguridad.
El confinamiento domiciliario de primavera y el actual (perimetral) pasan factura y nos cansamos.
Hay gente que llega a cuestionar la existencia del coronavirus (los negacionistas) u otros que no están dispuestos a sacrificar la libertad de respirar y no se someterán al castigo de la mascarilla. Esos mismos negacionistas, tal vez sean muy vulnerables y a modo defensivo se aferran a las ideas conspiranoicas. Se sentirán un poco más relajados… aunque los riesgos para ellos y para el resto no son pocos.
Las estadísticas indican que ha aumentado el consumo de psicofármacos y se ve un mayor aumento de malestares vinculados al estado anímico. La gente está angustiada: no solo es porque el virus sigue aquí, hay rebrotes e incluso una segunda ola (también se habla de una tercera), sino también por la incertidumbre.
Vivimos en una época en la cual la información es muy abundante y rápida. Diríamos que es casi imposible no enterarse de lo que pasa. Pero ese exceso de información también conlleva el riesgo de una falsa información. Cualquiera escribe o publica lo que quiere en cualquier medio. Lo paradójico de esto es que tanta información nos puede llevar ya sea a una “desinformación” o a una información errónea. Además, existen otros elementos que, aunque no lo queramos, incidirán en nuestra vida cotidiana: las cookies, los datos y los algoritmos. No podemos vivir al margen de internet. Nuestros datos aparecerán en la red y los rastros que vamos dejando cada vez que buscamos algo, quedarán allí.
En el ciberespacio, en la “nube”, en internet, en las redes ya será imposible que dejen de bombardearnos con información innecesaria. Si rechazamos las “cookies” o no estamos de acuerdo con la política de privacidad no podremos acceder a nada. Los algoritmos buscarán nuestro rastro de lo que hemos consultado y nos ofrecerán de todo… de todo lo que no necesitamos.
En cuanto a las consecuencias directas de la pandemia, poco a poco vemos que el consumo se retrae y entramos en lo que los economistas llaman recesión. La gente tiene miedo porque no sabe qué va a pasar. Muchos han perdido su trabajo; otros están en el paro y otros están en la incertidumbre. Pero lo que no ha disminuido y más bien se ha incrementado, es la venta de productos vinculados a la limpieza y desinfección. Además de mascarillas y geles hidroalcohólicos.
Pero más allá de los recursos que podamos utilizar para evitar el contagio del covid, hay algo que por más medidas de precaución que tomemos (distancia, lavado de manos, mascarilla, ventilación, etc.) no vamos a poder eliminar: la angustia (o como también la llama la industria farmacéutica, la ansiedad).
Entonces, así como los rastros que dejamos en internet (las cookies no perdonan) nos ofrecen desinfectantes, purificadores de aire, mascarillas y ozonizadores también nos ofrecerán propuestas varias para calmar la angustia (o la ansiedad).
Algunas de ellas son serias pero hay otras que dejan bastante que desear: sanadores, tarotistas, meditadores… e incluso aquellos que juegan con las palabras de presentación para no tener problemas legales. Llegamos a encontrar anuncios que dicen: Psicología (para evitar el título de psicólogo) o “psico” “terapeuta” (parece ser que escribiendo esas dos palabras por separado se evita una intrusión profesional).
La angustia se ve agravada por una pandemia que nadie pensó que podría suceder. Era algo así como de ciencia ficción. Pero también podemos señalar que es una angustia que el sistema actual sabe utilizar, le saca provecho creando parches o apaños para poder sacar partido económico. El capitalismo saca provecho de todo, mercantilizando y utilizando todo aquello que pueda generar beneficio (para algunos, claro). Ahí aparecen los medicamentos que acallan el síntoma. Medicamentos que neutralizan lo sintomático dejando al sujeto en un lugar pasivo, expectante… drogado; o bien, a modo de variante aparecen estas otras pseudo terapias que apuntan a aliviar lo sintomático… para que el sujeto siga consumiendo. Podríamos incluso llegar a decir que proponen una pastilla psíquica.
Enrique Santos Discépolo, escribió un tango mítico que ha llegado a cantar hasta Joan Manuel Serrat: Cambalache. Ya al escuchar las primeras estrofas sonreímos y lamentamos no poder hacer coincidir las rimas: “El mundo fue y será una porquería ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también”. Resultaría difícil cantarlo cambiando 2000 por 2020. No sabemos si fue y será una porquería… pero sí nos queda claro que “hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor; ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador… todo es igual, nada es mejor: lo mismo un burro que un gran profesor…”
En medio de un caos casi constante… vemos que cada uno intenta aprovechar la situación que le beneficie o que beneficie a algunos.
Aparecen los “decidores” (son aquellos que dicen ser…o dicen haber… pero no tienen nada que pueda sustentar esos “decires”); los “figurettis” (intentan figurar en todo evento o situación que les dé visibilidad… recuerdan al tango que dice “el afán de figurar fue tu hobby preferido”),
Vivimos en una época en la que “los mercados” se han aprovechado todo tipo de crisis y coyuntura para generar dinero, sin ningún tipo de miramiento ético. Pero los mercados no están solos, junto a ellos aparecen los decidores, los figurettis, aquellos que están esperando para poder recibir no solo una buena tajada económica sino también un bocado de alimentación narcisista.
Estaría bien que cuando una persona busca ayuda, pudiese informarse acerca de la trayectoria y de la formación de aquel que ofrece sus servicios.
Y en este contexto; en el que la información/desinformación es vertiginosa, aquella persona que está buscando ayuda, que busca una escucha diferente, puede encontrarse con gente que no tiene ningún tipo de formación y que se aprovecha de la situación. Como dice el dicho popular… “a río revuelto, ganancia de pescadores”.