Recientemente he empezado a atender en mi consulta de psicólogo en Zaragoza y sigo manteniendo la consulta en Barcelona. Esta nueva etapa de atención psicológica en Zaragoza y en Barcelona, coincide con una fecha para “celebrar”, “recordar” “tener en cuenta”: el día internacional de la salud mental.
En la actualidad da la impresión de que la tristeza, los síntomas neuróticos, la depresión, la apatía, los ataques de pánico… la angustia, tienen más visibilidad. Es tal vez un episodio tan fuerte como la pandemia lo que puso en evidencia el concepto de salud mental. No es que antes de la pandemia no existiera este concepto, pero este acontecimiento que afectó, en alguna medida, a toda la humanidad, hizo que se empezara a hablar de ello.
La Organización Mundial de la Salud ha fijado como fecha para conmemorar el día de la salud mental el 10 de octubre, es decir para visibilizar aquellas personas que sufren de un malestar o que no gozan de una buena salud mental. En estas clasificaciones aparecen patologías y trastornos como el trastorno obsesivo compulsivo, los estados de ansiedad, la depresión, etc.
Esta forma de clasificar está vinculada a un supuesto estado ideal de salud que se presenta, desde mi perspectiva, como difícil de alcanzar.
Aún hoy, analizando distintas teorías resulta difícil definir (y, en alguna medida, cuestionar) el concepto de salud mental. Lo primero que podríamos pensar, si lo llevamos al campo de las enfermedades orgánicas, es que la salud es la ausencia de enfermedad. Aquí surge la duda si un trastorno (concepto predominante en los manuales de psiquiatría y de psicología) es una enfermedad.
Desde mi perspectiva y mi formación, resulta difícil etiquetar a una persona y encuadrarla en un trastorno o en una patología.
Sin embargo, tomo de la definición de salud de la OMS, el siguiente párrafo: “… una forma amplia dentro de un marco biopsicosocial, como un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solo como la ausencia de enfermedad.”
En este punto coincido, en el hecho de que una falta o déficit de salud puede ser pensado como la ausencia de bienestar… es decir un malestar.
Malestar, como decíamos antes, que se manifiesta de muchas maneras: tristeza, síntomas neuróticos, depresión, apatía, angustia…
El malestar está dado por muchas razones, no hay una única causa y la idea es poder detenerse a pensar un poco en qué estamos implicados. Es decir, qué tenemos que ver nosotros en nuestro sufrimiento. Ello nos llevaría a pensar en nuestra historia, en lo que nos ha tocado vivir, en nuestros lazos sociales y más específicamente en nuestros vínculos familiares. Sin dejar de tener en cuenta el entorno social en el cual vivimos y cómo situaciones tales como la pandemia, la guerra, la crisis económica, influyen en nuestro estado emocional. Más allá de ello, desde el psicoanálisis no sólo nos planteamos nuestra implicación en el sufrimiento subjetivo, también en el hecho de no asumir el propio deseo. Es decir que nos planteamos reflexionar en qué tenemos que ver en lo que nos sucede y nos hace sufrir pero también en aquello que quisiéramos hacer y no lo hacemos: lo que deseamos.
Es bueno conmemorar, festejar, recordar. Son actos simbólicos. Pero tendríamos que pensar desde qué perspectiva hablamos de salud mental. La propuesta que sostengo desde el psicoanálisis apunta a que un sujeto pueda, como decía Freud, amar y trabajar -mejor-, plantearse la posibilidad de generar proyectos -y llevarlos a cabo- y poder enfrentarse con situaciones complejas que suceden en la vida.
Esta propuesta nada tiene que ver con un etiquetamiento que apunta a clasificar patologías o trastornos y que prescribe medicamentos o fórmulas que apuntan a acallar lo sintomático.
El psicoanálisis, desde mi perspectiva, permite a un sujeto poder asumir, dentro de sus posibilidades, el deseo.
Deseo que estará sustentado por una posición ética que respete la condición humana.