En las últimas clases hemos visto que Lacan empieza a trabajar sobre los conceptos de inconsciente y repetición. Siguiendo el hilo de lo planteado en la clase anterior en cuanto a la tyché y el automaton nos llevará al concepto de esquizia (división): repetición (automaton) en esa división que nos conduce al encuentro con lo real (tyché). Esquizia, dice Lacan, “que constituye la dimensión característica del descubrimiento y de la experiencia analítica, que nos hace aprehender lo real, en su incidencia dialéctica, como algo que llega siempre en mal momento.”
En esta clase Lacan también nos propone reflexionar sobre el ojo y la mirada, pudiendo simbolizar esta última, en tanto objeto a, la falta central expresada en el fenómeno de la castración.
En esta clase del 19 de febrero de 1964, Lacan se centrará en algo que ya había trabajado en el seminario anterior, el seminario de la Angustia. Nos referimos a la introducción la voz y la mirada como objeto “a”.
En las últimas clases hemos visto que empieza a trabajar sobre los conceptos de inconsciente y repetición. En esta clase retoma lo que ya había trabajado en encuentros anteriores: la tyché y el automaton. Conceptos que aparecen en un tratado de física de Aristóteles y que significaban, tyché: fortuna y automaton, azar. Estas dos nociones aparecen como causas adicionales a las cuatro causas que explicaban cualquier acontecimiento “natural” -causa material; causa formal; causa eficiente y causa final-. Pero estas dos causas adicionales (la fortuna y el azar) se distinguen de las demás por el hecho de no suceder siempre ni en la mayoría de los casos. Además, la tyché está vinculada al pensamiento y una de las características es que en ella hay elección (proairesis). En principio, dice Lacan, esto excluiría a un objeto inanimado, a un niño o a un animal. Pero a partir de Freud, las cosas se reformulan ya que necesariamente la sexualidad aparecerá, y también la infancia, más allá de que esto pudiera parecer una monstruosidad para Aristóteles.
Lacan nos propone pensar esta tyché como el encuentro con lo real y al automaton como la repetición.
Conceptos como trauma y resistencia aparecen aquí pero desde otra perspectiva. La sintaxis del relato, es decir de esa forma de organizar el discurso para que se convierta en relato, está vinculada con una reserva, que es preconsciente. Cuando un sujeto cuenta su historia, un hecho, hay algo que está latente pero que está determinado, está ceñido o podríamos decir limitado a lo que Freud llamó núcleo. En Freud, el núcleo está vinculado a un hecho traumático y aquí Lacan nos propone ir más allá. Sobre todo distinguiendo entre lo que podríamos considerar como resistencia del sujeto… pero para ello tendríamos considerar a un sujeto supuesto, como un sujeto que iría más del lado de la psicología. La propuesta en esta clase es considerar a ese núcleo como algo que está designado como real. Este real, nos lleva a pensar en la percepción, dice Lacan, “por la sensación de realidad que la autentifica”, se refiere aquí al despertar. Y volvemos a retomar este sueño tan paradigmático, que ya Lacan había trabajado en clases anteriores. En el relato de ese sueño hay una realidad: que el anciano cuidador se había quedado dormido, que había caído una vela, que la mortaja estaba ardiendo y que el resplandor despierta al padre. Más allá de lo terrible de este sueño y de la interpretación que hace Freud acerca de la culpa que sentía el padre, hay algo más y que es del orden de la tyché, algo que está vinculado a ese despertar, en el cual podemos situar ese encuentro con lo real, es decir con aquello que no podrá ser representado por significantes.
Pero trabajando sobre estos dos conceptos, también nos lleva a la escena primaria, y la pregunta que surge es: ¿por qué resulta tan traumática la escena primaria?
Es aquí donde señala que hablamos de lo fáctico. Si partiéramos del supuesto de una concepción naturalista con respecto a la sexualidad infantil, es decir, si pensáramos que es algo “natural” ¿por qué lo sexual sería vivido como algo traumático? Es decir esto es lo que Lacan señala como fáctico, lo que se presenta siempre en la relación sexual. De esta manera podríamos entender la sensación de extrañamiento que experimenta el Hombre de los Lobos ante la aparición y desaparición del pene. Si produce un extrañamiento, esto significa que no es del orden de lo natural.
Entonces, podríamos pensar en tres puntos sobre los cuales Lacan vuelve: el sueño del hijo muerto, el juego del fort-da y la escena primitiva. En esas tres situaciones podríamos pensar en ese encuentro con lo real, en esa tyché. No ya por la repetición del juego del carrete sino por aquello que implica esa relación del niño con la madre así como en el caso del sueño; por aquello que hay de (cito a Lacan) lo más íntimo en la relación del padre con el hijo. Y en esta frase de “padre, no ves que estoy ardiendo” hay una invocación a la voz y a la mirada. En el caso del hombre de los lobos por esa extrañeza que produce la aparición y desaparición del pene que hace referencia a la angustia y a la castración.
La propuesta lacaniana de los conceptos de tyché y automatón resulta compleja en la medida en que podríamos pensar a uno como vinculado al otro. Por ello Lacan nos propone fundamentar primero la repetición en la propia esquizia (división) que se produce en el sujeto respecto del encuentro. De esta manera podemos concebir a esa esquizia como la dimensión característica del descubrimiento y de la experiencia analítica, que nos hace, dice Lacan, aprehender lo real, en su incidencia dialéctica como algo que llega siempre en mal momento.
En este punto nos parece interesante señalar que este seminario, tiene particular relevancia en la medida en que es el que se produce después del corte, de la separación. Tal vez convendría recordar que Lacan dicta estos seminarios para psicoanalistas. En la última parte de esta lección, al menos en la versión de Miller, hay una respuesta a una pregunta en la cual Lacan señala claramente que esas clases estaban destinadas a analistas y a aquellos que asistían para saber si el psicoanálisis es una ciencia.
Nos propone un camino pero ese camino evidentemente no tiene que ver con la ciencia. En principio nos habla de un camino hacia la verdad que lo llevará a retomar cuestiones trabajadas por Maurice Merleau-Ponty en un libro póstumo (había muerto en 1961 y esta clase es de 1964): Lo visible y lo invisible.
La tradición filosófica y en particular Platón, tomando como punto de partida el mundo estético, se determina, dice Lacan por dar al ser un fin, el bien supremo, alcanzando así una belleza que es también su límite y allí hay una referencia a Merleau-Ponty con respecto al ojo, como su “rector”.
Desde Platón, todo depende del ojo, y seguirá siendo el paradigma incluso hasta la Fenomenología de la Percepción de Merleau-Ponty de 1945. Pero a partir de Lo visible y lo invisible se produce un vuelco ontológico, vivimos en un mundo omnivoyeur.
No es la primera vez que Lacan nos habla del ojo y la mirada. Ya en el seminario sobre la angustia había abordado al ojo y a la mirada cuando proponía agregar a los tres objetos freudianos (anal, oral y fálico) la mirada y la voz en su construcción teórica sobre el objeto “a”.
Decíamos cuando habíamos trabajado esas clases que había un corte o mejor dicho un recorte con los ojos y con la mirada.
En ese momento, habíamos visto que los párpados nos dan una idea de corte pero la función de la mirada misma implica un recorte. Tal vez la mirada sea, en mayor medida un objeto preponderante con respecto al deseo. Citábamos el dicho popular que dice “lo primero entra por los ojos”, pero también sabemos que la mirada no nos permite ver todo, sabemos que hay algo más allá de la imagen (si no, no habríamos fantaseado con un tercer ojo).
¿Pero por qué vuelve sobre estos conceptos? Por un lado, a nuestro parecer, avanza en su construcción teórica del objeto “a” y la construcción del fantasma; y por otro va sentando las bases para abordar su propuesta topológica de los nudos. No podemos pensar estas construcciones teóricas sin esta referencia. Sin embargo, hay algo más en cuanto al ojo y a la mirada. Está vinculado a esta referencia a Merleau-Ponty.
Podríamos decir que hubo posiciones diversas entre Merleau-Ponty y Lacan, en un comienzo. Lacan proponía el concepto de inconsciente estructurado como un lenguaje, en tanto que para Merleau-Ponty el inconsciente estaba vinculado a la percepción. Pero aquí Lacan toma este último aporte de Merleau-Ponty para señalar esa dependencia de lo visible respecto a aquello que nos pone ante el ojo del vidente. Aquí es donde Lacan señala que (cito a Lacan) el ojo no es sino la metáfora de algo que más bien es el brote del vidente, algo anterior a su ojo. “Brote”, palabra que nos ha hecho reflexionar ya que en francés la palabra es “pousse” -que en la versión de Miller también está en cursiva-. “Pousse” se puede traducir como brote pero resulta interesante señalar que deriva del verbo “pousser”, empujar en castellano y sabemos que una de las características de la pulsión es que es algo que empuja.
El aporte que nos trae esta referencia a Lo visible y lo invisible es que hay un mundo omnivoyeur. Es decir que el sujeto ve desde un punto pero inmerso en un mundo que lo ve. Hay una mirada previa, hay un mundo que nos ve, o mejor dicho que nos mira. Entramos aquí en una especulación teórica muy compleja ya que si la pensamos la mirada como objeto “a”, tendríamos que concebirla como que esa mirada nos permite mirar.
También nos parece interesante señalar, que ya en el seminario sobre la angustia, Lacan reformulaba su teoría sobre el estadío del espejo.
Decíamos en clases anteriores, que en un primer momento Lacan propone que, por una falta de madurez biológica, el yo se constituye sobre la base de la imagen del otro. Pero más adelante, habrá un cambio en cuanto a esta propuesta: la alegría (o júbilo, como se tradujo en el seminario) que siente el niño no viene de la resolución de una falta orgánica y motora sino de otra parte: “Lo que se manipula en el triunfo de la asunción de la imagen del cuerpo en el espejo es este objeto, el más evanescente que no aparece sino al margen: el intercambio de miradas, manifiesto en el hecho de que el niño se vuelve hacia el que lo sostiene, aunque lo sostenga en su juego” (Escritos 1, De nuestros antecedentes). Lo que es importante señalar aquí no es solamente el niño observando sino el niño siendo mirado por el Otro. Ese Otro que será quien ratificará (como decíamos al comienzo) el valor de esta imagen.
También podríamos proponer una relación entre la forma de pensar el cogito cartesiano y esta forma de pensar la mirada que propone en estas clases Lacan. Decía Lacan “un significante es lo que representa a un sujeto para otro significante” y esto nos lleva a pensar si cuando hablo de mí soy el mismo de quien se habla. Es decir, yo pienso coincide con yo existo. Esto no es otra cosa que la diferencia entre el sujeto del enunciado y el sujeto de la enunciación.
Creemos que podríamos hacer una reflexión con respecto a la mirada también.
Como vemos, Lacan ya nos hablaba de una mirada anterior y del hecho de ser mirados. Pero aquí, lo que nos parece importante señalar es que en esa mirada hay una libidinización. De esta manera podemos entender que afirme que para nosotros (psicoanalistas) el ojo y la mirada, ésa es la esquizia (división) en la cual se manifiesta la pulsión a nivel del campo escópico.
Luego Lacan nos llama la atención sobre el concepto de mimetismo. Es un mecanismo que algunos biólogos han considerado como adaptativo pero que Lacan cuestiona, citando a Roger Caillois en su libro Medusa y compañía . Justamente este ensayista cuestiona el análisis del mimetismo en insectos como una estrategia defensiva y, en última instancia, adaptativa. Caillois, al parecer, toma el mimetismo como una manifestación de un instinto de abandono, una tendencia de despersonalización. Lo llamativo, al menos en lo que hemos estado investigando, es que en su última etapa este pensador se opone al marxismo, al psicoanálisis y al estructuralismo, inspirándose en Popper.
Pero Lacan cita a este ensayista para hablar de otra cosa. Nos habla de una manifestación mimética que pueden evocar los ocelos; palabra que tiene dos acepciones:
1.- órganos de algunos insectos, formados por células fotosensibles. Pueden percibir luz pero no imágenes.
2.- pequeñas manchas redondeadas en las alas de un insecto, en las plumas de un ave o en la piel de un pez, mamífero, etc. (ejemplo: manchas de las alas de las mariposas o de las plumas del pavo real).
Esta doble acepción de “ocelo” nos permite pensar en esa separación (compleja) entre la función del ojo y la mirada. Esta esquizia es compleja porque resulta difícil pensar un concepto sin el otro. Pero Lacan utiliza este recurso para definir la función de “mancha”. Vemos lo complejo que se torna esto ya que por un lado hay ocelos que podríamos acercar al concepto de ojo… aunque… los ocelos no perciben imágenes, solo luz y la mancha, está pensada, propuesta como una función. Podríamos entenderla como aquello que interroga, que nos invita a buscar qué hay más allá de lo que el ojo ve. Es del orden de la mirada.
Pero esa función de la mirada puede ser evitada y el ejemplo que pone Lacan es el de La Joven Parca de Valery, en el hecho de al verse ver se produce un escamoteo, es decir, hay algo de lo que se ve que no se ve.
Justamente, al hablar de un mundo omnivoyeur, lo es, en la medida en que aquel que es mirado no siente que lo es, no se da cuenta de que es mirado. Así podemos entender que ese mundo no es exhibicionista, no provoca nuestra mirada. Pero cuando empieza a provocarla, dice Lacan, entonces también empieza la sensación de extrañeza. La que en alguna medida podríamos poner en relación con la extrañeza que se produce en el Hombre de los Lobos al ver aparecer y desaparecer el pene del padre, en referencia a la escena primaria. Y si vamos al campo del sueño, allí nos señala que eso muestra, no hay posibilidad de mirada porque no hay un otro. Lo que representa para el sujeto sólo lo es para él. De esta manera también podríamos entender la alusión al sueño de Chuang-tzú: sueña que es una mariposa y podríamos pensar que cuando está despierto puede preguntarse si no es la mariposa la que sueña ser Chaung-Tzú. Pero Lacan señala que “… sólo cuando está despierto es Chuang-Tzú para los demás, y está preso en sus redes de cazar mariposas. En el sueño, él no es mariposa para nadie.”
Volviendo a esa imagen especular que vinculamos al narcisismo, Lacan habla de una satisfacción, complacencia incluso, donde el sujeto encuentra un punto de apoyo para un desconocimiento y, dice más adelante, es la plenitud encontrada por el sujeto en el modo de la contemplación. Pero se pregunta si no está eludida la función de la mirada. Podemos señalar aquí el uso de la palabra eludir y lo ponemos en contraste con el verbo elidir. Porque más adelante, Lacan señala que en el estado de vigilia la mirada está elidida. Eludir nos da la idea de evitación en tanto que en la elisión hay una idea de pérdida o de supresión (se habla de elisión cuando en la lengua hablada hay una pérdida o supresión de una vocal -en general, en francés, de la vocal “e”) .
Al pensar en la función del ojo y la mirada, nos tendremos que remitir a un capítulo de la física: la óptica. ¿Cómo se forman las imágenes en nuestra retina? Recurrimos al espejo, para poder entender como se forman las imágenes. Aquí entramos en un campo complejo y que, en mayor o menor medida, a todos nos cuesta. En principio, tenemos que pensar que, los objetos opacos, no se reflejan en un espejo porque tengan una luz propia. Digamos que para que una imagen se forme en un espejo debe reflejar la luz que llegará a nuestros ojos. Si no hay luz que se refleje, no se verá nada. Si el espejo es plano, habrá una correspondencia punto por punto entre el objeto y la imagen reflejada. Pero a nivel escópico, Lacan nos señala que hay una esquizia, es decir hay algo diverso que no se corresponde punto por punto al enfoque imaginario. Y volviendo al “ocelo” en su doble acepción, comporta una “mancha”. Podríamos pensar que es aquello en lo cual aparece la mirada. Por una parte se comporta como esos órganos que posee el insecto depredador para cautivar a su presa pero también puede representar esa mancha que indica que allí hay algo más que no se ve y que es del orden de la mirada. En el Hombre de los Lobos, la aparición y desaparición del pene es una mancha. También lo veremos en la lección siguiente, cuando trabajemos el concepto de anamorfosis y la función de mancha que representa la calavera en el cuadro “Los embajadores” de Holbein (cuadro que, por cierto, utilizamos en los carteles de difusión de nuestro seminario).
Lo interesante en el abordaje del ojo y la mirada es que en esta perspectiva de la mirada, vemos que pensar que somos observadores del mundo representa en parte una ilusión, ya que desde el comienzo somos mirados por el mundo, un mundo omnivoyeur.
Todo este recorrido complejo y el recurso, muy a nuestro pesar, a nociones de la óptica y de otras disciplinas, son rodeos que permiten reflexionar y pensar la clínica psicoanalítica. Resulta interesante la respuesta a la pregunta, al final de la clase, acerca de la dificultad que representa el ubicarse en el lugar del que mira a un sujeto mirarse. La respuesta de Lacan va en el sentido de la prudencia que debemos tener con respecto a esa mirada. Como vemos, en esa última intervención, todo apunta al valor de la pulsión escópica en la medida en que elude, dice Lacan, de manera más completa el término de la castración.
Habíamos dicho que en la vigilia eso mira y muestra… pero en el sueño solo muestra. Esto nos hace pensar en una escena de la película “El discreto encanto de la burguesía”, de Luis Buñuel. Uno se los personajes tiene un sueño en el cual un militar los invita a cenar. Van a un edificio apuntalado, endeble donde todo es de utilería. Hay un extrañamiento en los integrantes del grupo. En un momento dado se levanta un telón y están en un teatro en el cual son observados por un público y todos se ríen de ellos. Buñuel nos muestra un sueño y nos hace mirar. Pero este ejemplo, no es más que una obra de ficción. Y los que se ríen son (y somos) los espectadores de ese episodio burgués. Fuera de la ficción, en la realidad, podríamos preguntarnos si hay alguien que se ríe. Seguramente sí.