“Palabra de Dios” o “dicho por los mismos médicos”
Coloquio “El Psicoanálisis y lo Sagrado” Fundación Europea para el Psicoanálisis
20; 21 y 22 de octubre de 2017 Santiago de Compostela
Alejandro Pignato
En esta presentación intentaremos reflexionar sobre la religión y el poder; la ciencia ubicándose en el lugar de la religión y por último el psicoanálisis y su relación con lo sagrado.
Para hacer una primera aproximación a esta presentación intentaremos precisar qué se entiende por sagrado (que en la mayoría de las definiciones se opone a profano).
El Diccionario de la Real Academia Española define a sagrado como algo digno de veneración por su carácter divino o por estar relacionado con la divinidad, es decir, esencia del ser de Dios. Pero no nos interesan solamente las definiciones del diccionario. En el lenguaje cotidiano, algo sagrado no sólo es algo que proviene de Dios, también es algo muy importante, irrenunciable, que uno no puede cuestionar ni cambiar. La siesta es sagrada. La paella de los jueves es sagrada. En Argentina, el asado del domingo es sagrado. En oposición a lo sagrado aparece lo profano, lo que es ajeno a la religion.
Lo sagrado, que emana de Dios como legitimador del poder.
“… Y si tienes dinero tendrás consolación,
placeres y alegrías y del Papa ración,
comprarás Paraíso, ganarás la salvación:
donde hay mucho dinero hay mucha bendición…”
Juan Ruiz Arcipreste de Hita – El poema “Lo que puede el dinero” forma parte del Libro de buen amor (1330, 1343)-
Hay versiones que sostienen que a Cristo se le permitió profesar su religión ya que los romanos no estaban pasando por una buena época en la región. Llega un buen hombre diciendo que es el hijo de Dios y que habrá una vida eterna. Al parecer fue una buena solución a la crisis de la época. Pero, poco a poco, el cristianismo se fue expandiendo y a medida que cobraba importancia, los núcleos de poder advirtieron que sería un buen medio para dominar a las masas (o al menos para dejarlas contentas). Tal vez de ahí surja esta pareja tan unida: religión y poder. El rey era designado por Dios, eso lo hacía un personaje incuestionable. Había algo de sagrado en el rey y convenía mantenerlo. Con la llegada de las democracias en el mundo occidental, se cuestiona el lugar de la iglesia católica. Poco a poco en muchos estados democráticos la iglesia va perdiendo
poder. Finalmente, numerosos estados modernos proceden a separar la iglesia del estado. Aunque… puede que resulte contradictorio. Hay países que siguen sosteniendo el culto católico (como Argentina) y otros que si bien no lo sostienen, dedican mucho dinero para financiar a la iglesia. En la declaración de la renta en España hay una casilla específica para destinar dinero a la iglesia católica. También podríamos señalar que en las escuelas públicas de España se enseña religión (católica).
Los siglos XIX y XX fueron aquellos en los que se produjeron los mayores avances en ciencia y tecnología en la historia de la humanidad. La ciencia deviene un nuevo elemento de poder. A punto tal que los estados comienzan a darle un lugar preponderante: le dedican dinero y un lugar dentro de la política. Se crean organismos gubernamentales vinculados a la ciencia.
La religión va cediendo paso a un nuevo actor en los juegos de poder (¿Juego de tronos?): la ciencia.
¿Qué busca la ciencia? Que el ser humano viva mejor y más tiempo. Y aún podríamos arriesgar otra hipótesis: que viva eternamente -con aspecto de joven: la cirugía estética hace milagros-. Parece que la ciencia también nos sugiere algo de la vida eterna.
La religión católica (mayoritaria en el planeta) empieza a decaer… En una especie de situación desesperada tuvo que buscar un jefe (el Papa) cercano, latinoamericano (paisano mío, por cierto) que cambie el discurso (sólo el discurso, el núcleo duro ideológico sigue intacto). Y que debe modernizarse: el Papa tiene twitter. También existen aplicaciones para teléfonos móviles que permiten ver donde hay un cura cerca para confesarse (utilizando el GPS del móvil, por supuesto).
La religión posee rituales que son sagrados, que surgen de Dios. El viernes santo no se puede comer carne. Mi abuela afirmaba categóricamente: el viernes santo, no se puede comer carne, hay que comer pescado (palabra de Dios). Y cuando quería convencerme para que comiera tomates porque tenían muchas vitaminas, conociendo mi naturaleza atea, recurría a la autoridad científica: “Come tomates, tienen muchas vitaminas, dicho por los mismos médicos”. Allí también hay una autoridad de donde surgen las verdades absolutas, incuestionables.
Las religiones sostienen su construcción teórica sobre la base de dogmas, es decir principios establecidos como verdades incuestionables. Y el hombre de todos los días acepta esos principios ya que de esta manera se asegura un sitio en la vida eterna. Podríamos señalar que esta situación tiene ventajas muy prácticas, si se promete la vida eterna a una persona, ésta estará dispuesta a sacrificarse en la vida terrenal (que no es eterna).
Pero, como decíamos anteriormente, la religión ha cedido el paso a la ciencia y ahora es ella la que ocupa un lugar de poder. Los dogmas religiosos son reemplazados por los postulados científicos. Al igual que con el dogma, el hombre común, no cuestiona el postulado científico, por eso mi abuela intentaba convencerme de las bondades del tomate citando como fuente de sabiduría a los científicos: “dicho por los mismos médicos”.
Al parecer, en el siglo XXI, la mayoría de la gente come frutos del árbol del conocimiento. La ciencia no sólo posee prestigio y autoridad sino que también da seguridad y tranquilidad. Se basa en hechos demostrables y en postulados evidentes e incuestionables. Gracias a la ciencia podemos saber a qué distancia queda el plantea “X”
o qué gen es responsable de la depresión. Aunque nos preguntamos cómo hicieron para calcular la distancia e intentamos imaginar al genetista preguntando al gen si realmente él es el responsable de la depresión.
Para la religión, los malestares de los fieles son pruebas que Dios le pone y que si las supera con resignación, ganará un lugar en el cielo.
Para la ciencia, los malestares de las personas son enfermedades que la naturaleza le ha metido y que las superará comprando el medicamento indicado.
Así como hace algunos años lo que decía el cura era sagrado, actualmente lo que dice el médico es incuestionable. Y del médico pasamos al psicoanalista. Sabemos que el sujeto le adjudica un supuesto saber a su analista. Esto lo convierte en una autoridad, legítima y con poder. El analista ocupa el lugar del médico. A tal punto que podemos escuchar “es mi psicoanalista quien me lo dijo” o nos ha llegado a pasar que nos llamen “doctor”. En cuanto a la primera proposición, sabemos que el mensaje es sancionado por el receptor y no por el emisor… habría que ver si es eso lo que su psicoanalista le dijo o si es lo que quiso escuchar de su psicoanalista.
Recientemente, en Umbral, red de la cual formo parte, en el seminario de Lectura de Sigmund Freud, un nuevo asistente, sin ninguna formación psicoanalítica (podríamos decir “un curioso” que fue a ver de qué se trataba); preguntó si el psicoanálisis era una ciencia. Intentamos explicarle al buen hombre que primero tendríamos que definir qué es ciencia, quién lo determina y con qué fines. Pero el debate que nos convoca aquí no es este. Aquí intentamos hablar, pensar, debatir sobre lo sagrado y el psicoanálisis.
Al comienzo habíamos hablado de lo sagrado que se oponía a lo profano. Pero ¿qué es un sacrilegio? Pues un acto que no respeta objetos, personas o actos considerados sagrados. Por ejemplo… jurar en vano. Y si tomamos el registro familiar de sagrado, un sacrilegio sería ponerle un hielo al vino.
Y en el orden de lo científico… ¿contradecir un postulado científico constituye un sacrilegio? Si no se cuestionaran postulados científicos, la ciencia no produciría progresos.
A lo largo de toda su obra, Freud siempre dejó la puerta abierta a ulteriores investigaciones. Freud sabía que para que un cuerpo teórico evolucionara no podía ser rígido y tenía que estar abierto a nuevas proposiciones. Él mismo ha reformulado elaboraciones teóricas con el paso del tiempo.
Volviendo a lo que nos interesa… ¿Qué hay de sagrado en el psicoanálisis?
Alguno podría proponer algo del orden del ritual y del dispositivo analítico. El divan es sagrado. El silencio analítico es sagrado. La duración de las sesiones es sagrada. El lugar del analista es sagrado. La forma de dirigirse al paciente es sagrada. Algunos analistas nunca tutearían a un paciente, si bien es cierto que es una cuestión de costumbres en distintas culturas. En Argentina y en España probablemente es más frecuente que un analista tutee a un paciente que en Francia.
En nuestra opinión, no hay nada de sagrado en el psicoanálisis, ya que no se trata de una religión digna de veneración. Lacan afirmó en una entrevista con periodistas italianos en 1974 que si la religión triunfa es porque el psicoanálisis ha fracasado. El psicoanálisis no dispone de una doctrina formada por conceptos rígidos e inamovibles que haya que respetar. Tampoco señala cuál es el camino correcto o adaptativo que lleve a una
persona a la felicidad (o a la vida eterna). Un paciente no acude a sesión para confesarse. Como dijo Lacan en la entrevista antes mencionada: en análisis uno no está allí para confesarse, está allí para decir cualquier cosa. En esta entrevista, Lacan seguramente está respondiendo a Foucault, que sugiere el dispositivo analítico como un ritual de confesión. En la “Historia de la Sexualidad” Foucault dice: “La confesión fue y sigue siendo hoy la matriz general que rige la producción del discurso verídico sobre el sexo”. El paciente está allí para hablar, de lo que él quiera, de sus miedos, de sus deseos, de su historia. Esto no constituye una confesión.
Pero creemos que hay algo importante para destacar: lo incuestionable en el psicoanálisis es la posición ética que debe ocupar el analista. Es la posición que sostiene la dimensión subjetiva del deseo, de la pulsión de vida. Y aquí podríamos precisar una distinción entre ética y moral. Si bien en ocasiones vemos que se utiliza estos dos términos indistintamente, creemos que moral es una noción vinculada a un colectivo o cultura determinada, por ejemplo, la moral cristiana. En tanto que la ética comprende al ser humano en su condición, más allá de las particularidades de cada cultura.
A diferencia de otras prácticas, por ejemplo aquellas que se basan en la sugestión como herramienta terapéutica (hay terapeutas que dan “deberes” a sus pacientes para la siguiente sesión), el psicoanálisis tiene su fundamento en la posición ética que ocupa el analista. El analista acompañará al sujeto en ese recorrido que le permitirá enfrentarse con su real.
En el seminario La Ética del psicoanálisis, Lacan decía: “… y es porque sabemos reconocer la naturaleza del deseo mejor que los que nos han precedido, que una revisión ética es posible, un juicio ético es posible, que representa esta pregunta con valor de “juicio final” – ¿Ha usted actuado en conformidad con el deseo que lo habita? Esta pregunta no es fácil de sostener. Pretendo que nunca fue formulada con esta pureza y que sólo puede serlo en el contexto analítico (…)”.
¿Qué podría llevar a un analista a intentar sacralizar algunos aspectos del dispositivo analítico? ¿O qué podría llevar a un grupo de analistas, una escuela por ejemplo, a establecer un cuerpo doctrinario inamovible? Puede ser que existan corrientes dentro del pensamiento psicoanalítico que intenten sacralizar el psicoanálisis. O tal vez intenten establecer postulados incuestionables para la práctica y la especulación teórica. En el plano imaginario, tal vez esto le dé algo del orden del poder… Tal vez se trate de recursos para sostener o consolidar posiciones de poder. El poder y el dinero son buenos amigos. Y como decía el Arcipreste de Hita “donde hay mucho dinero, hay mucha bendición”.
En los ritos de la religión católica escuchamos “Es palabra de Dios”. La gente común no cuestiona la palabra de Dios. Tampoco cuestiona las formulaciones científicas: “dicho por los mismos médicos”. ¿Y en el acto analítico? Estaremos atentos a nuestras intervenciones… porque podría suceder que si un paciente es reticente a aceptar una intervención, acabemos diciéndole: “se lo juro por Freud”; o “se lo juro por Lacan”.